Me apasiona el periodismo. De pequeño nunca quise ser futbolista ni astronauta, esos tópicos que siempre acompañan los deseos de los niños. Quería ser periodista y mi entretenimiento preferido era la radio, el vínculo que me unía al mundo de los mayores.
Hace años que el gremio está sumido en la más profunda de las precariedades. Son muchos los periodistas sin trabajo, y más los que han tenido que buscarse la vida como freelance, en el mundo de la comunicación corporativa o, lo que es peor, han terminado por cambiar de profesión.
Seguramente por eso, el Síndrome de Estocolmo con la empresa es la mayor perversidad que surge del trabajo precario. El miedo a la pérdida del empleo (doy dos patadas a una piedra y tengo cientos que harían tu trabajo y por menos de lo poco que te pago) y la presión que reciben por parte de los presentadores estrella (Griso, Farreras, Quintana… marionetas a su vez del poder político y económico) acaban por derrumbar cualquier barrera ética y convierten a muchos reporteros en meras sombras de lo que imaginaron ser cuando iniciaban su carrera.
Y el efecto sobre estos profesionales es doblemente pernicioso. Por un lado, les lleva a rebuscar en el cajón de los eufemismos para bautizar a los grupos fascistas como “partidarios de la unidad de España”, “constitucionalistas” o “personas con banderas de España” y, de este modo, ofrecer a sus jefes y a su aborregada audiencia la carnaza que quieren. No vaya a ser que se enfade Ana Rosa.
El segundo gran efecto es que ese equilibrio de funambulista sin red no pasa inadvertido para la gente de la calle, que no duda en pagar con el reportero de a pie la manipulación diseñada desde los despachos donde se mueve el cotarro económico en España. Lanzamiento de objetos, gritos para impedir sus conexiones en directo… Son hechos lamentables y condenables por los que acostumbran a pagar justos por pecadores.
El derecho a la libre información es fundamental en cualquier democracia moderna. Pero debe ser eso, libre. Y mientras los periodistas no recuerden qué fue lo que les llevó a querer dedicarse a esto, lo que ofrecen los medios de comunicación no dejará de ser más que propaganda en favor de lameculos que presentan programas al dictado del establishment. Y eso es algo que la gente con un mínimo espíritu crítico no perdona.
Corrijamos. Seamos periodistas de verdad e intentemos que vuelva el periodismo incómodo e independiente. Aunque sepamos que luchamos contra molinos de viento.